¿Qué es la rosácea?
Es un trastorno cutáneo crónico que se manifiesta por una tendencia a la rubefacción constante o en episodios (flushing), a la aparición de telangiectasias (capilares) y posteriormente a la formación de pústulas y pápulas (“granos”). Habitualmente asiente en la zona central de la cara (mejillas, nariz frente y mentón), aunque es posible encontrar lesiones en el escote y en la zona alta de la espalda. Es un trastorno de origen desconocido.
¿Por qué aparece?
La causa exacta por la cual aparece es desconocida, aunque se han implicado varios factores etiológicos, cuya combinación explique probablemente su origen: exposición solar crónica, predisposición genética, sobreinfección cutánea por una bacteria comensal -Demodex folliculorum-, alteración de los mecanismos de respuesta contráctil de los capilares cutáneos…
¿Quién puede tener este trastorno cutáneo?
Esta patología es un trastorno muy frecuente en la población general (se calcula que en Europa afecta hasta al 10% de las personas), si bien resulta característico de mujeres de 30-50 años de edad y de piel clara. Por el contrario, en los varones suelen existir formas más intensas.
¿Es un trastorno grave?
Por lo general supone sólo una alteración estética y ocasionalmente provoca molestias locales. Pese a no poner en peligro la salud de la persona, hasta un 70% de las personas que la sufren refiere un descenso en su autoestima y una mayor dificultad en sus relaciones profesionales.
¿Cómo se manifiesta?
El signo más característico es el eritema o rojez persistente más de 3 meses. Normalmente se sitúa en las mejillas, es constante y puede agravarse transitoriamente con episodios de rubefacción y sensación de sofoco. Este eritema suele coexistir con telangiectasias (capilares dilatados), pápulas y pústulas (“granos”). Estas lesiones suelen situarse en la zona central de la cara: nariz, mentón, mejillas y frente. Característicamente, en la rosácea no aparecen comedones o espinillas, ya que éstos son característicos del acné. No es raro que coexistan signos de eczema, como la descamación y el prurito, y un exceso de sensibilidad a la aplicación de preparados tópicos (cremas hidratantes, protectores solares, tónicos). Asimismo es posible que afecte a la conjuntiva de los ojos y se produzca blefaritis y/o conjuntivitis asociadas. Otros signos más raros son el edema persistente (enfermedad de Morbihan) o la aparición de rinofima (engrosamiento indurado de la piel de la nariz con acentuación de sus folículos), que en la actualidad son poco habituales y acostumbran a afectar a varones.
¿Qué relación tiene con la alimentación?
Ningún estudio ha conseguido relacionar la ingesta de algún alimento con la aparición de este trastorno cutáneo. No obstante, todos los estímulos dietéticos que provoquen vasodilatación (calor, alcohol, alimentos picantes) pueden empeorar momentáneamente la clínica, sobre todo la rubefacción.
¿Qué relación hay entre este trastorno cutáneo y el estómago o las enfermedades digestivas?
En algunos estudios se ha relacionado su presencia con una mayor prevalencia de infección gástrica crónica por Helicobacter Pylori, gastritis, aclorhidria y mejoría del cuadro cutáneo tras la erradicación de Helicobacter del tracto digestivo; aunque otras publicaciones no hallan relación alguna. En la actualidad no es frecuente determinar si el paciente con esta patología cutánea posee colonización gastrointestinal por Helicobacter Pylori, ya que dicha relación causal no ha podido ser confirmada fehacientemente ni su tratamiento garantiza la mejoría de la rosácea.
¿Cómo se trata?
La medida más sencilla es el cuidado de la piel: emplear preparados tópicos suaves, fotoprotección FPS50 y evitar los peelings y los productos de limpieza agresivos. Se debe recordar que todos los estímulos vasodilatadores pueden empeorar el cuadro: calor, baños calientes y consumo de alcohol o alimentos picantes.
El tratamiento médico de la rosácea recae en el empleo de antibióticos y antiinflamatorios tópicos (metronidazol, ácido azelaico, clindamicina, inhibidores de la calcineurina) y evitar los corticoides: aunque éstos tienen un efecto antiinflamatorio excelente, provocan un efecto rebote al ser suspendidos, con un empeoramiento súbito. Asimismo, favorecen la atrofia cutánea y la aparición de telangiectasias, que incrementan la clínica de la enfermedad. Oralmente se pueden administrar antibióticos como las tetraciclinas, que resultan muy efectivas en la rosácea más inflamatoria y con afectación ocular. En casos especialmente rebeldes de efactación cutánea se puede administrar isotretinoína oral, un derivado de la vitamina A con una elevada eficacia.
El tratamiento mediante láser permite disminuir el componente vascular de la enfermedad, reduciendo o eliminando las telangiectasias y favoreciendo que el cuadro no evolucione más rápidamente. La mejoría estética tras la eliminación del componente vascular de la rosácea es muy notable. Entre los dispositivos más empleados se encuentran la luz pulsada intensa y el láser de colorante pulsado.
¿Cómo se puede prevenir un empeoramiento?
La medida más importante y simple es la protección solar, ya que la radiación ultravioleta daña la dermis, donde asientan los capilares cutáneos. La pérdida de soporte de los capilares es una de las causas principales para que aparezca. La eliminación de las telangiectasias con láser permite enlentecer el ritmo de progresión de la rosácea y mejorar el aspecto estético de la misma de forma notable.
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REFERENCIAS
Barco D, Alomar A. Rosácea. Actas Dermosifiliogr. 2008 May;99(4):244-56.